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Acariciar no es poseer, ni atrapar, ni tomar. La caricia es un preludio que es ya juego pleno de sentido, no sólo un anticipo. La unión que procura no es la indeferenciada fusión, sino la constatación amorosa de la diferencia irreductible. También nos desbordamos por ese extremo de nosotros mismos, nuestros dedos, orilla de nuestros océanos.
La caricia que nosotros tanto precisamos constata que el otro es inaprensible y que, sin embargo, puede perfilarse y sentirse como se siente una brisa y un aleteo de ramas tras el paso casi imperceptible de alguien.Tocar como el pensamiento toca al pensamiento, ser tocado así por alguien es saberse involucrado, implicado, inserto, es sentirse afectado, concernido, convocado. Las yemas de los dedos llaman silenciando el agresivo quehacer de los nudillos de las manos. Su sonido es imperceptible, pero su palabra es más sonora que cualquier ruido.
El modo de acariciar firma el modo de ser. Sería suficiente con deslizar las yemas de los dedos por un cristal para que pudiera llegar a quebrarse, o ser la clave que abriera la puerta. La mano busca, palpa, tantea, parece querer asir, agarrar, prender, estrechar, apresar..., pero las yemas de los dedos marcan los límites y previenen de la voluntad de posesión. Propician el respetuoso encuentro de la enigmática epidermis, que no es envoltura, sino el afuera en el que brilla y tirita el deseo. No se trata de imprimir en el otro nuestra huella dactilar, sino de que deslicemos las yemas de los dedos. Sólo así tocaremos lo intocable.
Ángel Gabilondo
Revista Psycologies No. 23
Diciembre 2006
3 comentarios:
Maravilloso texto para comenzar el día
Bechitos!!!
Endorfinante, sì señora
Besotes
Mis lectores más fieles, ¡qué ganas tengo de verlos!
¡¡¡300 besototes pa' cada uno!!!
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