jueves, noviembre 19, 2015

La certeza...




Entonces lo supo todo. Como balas que rasgan la niebla, la certeza se abrió paso en su ser, la tristeza corrió a ovillarse entre sus costillas y, entre las dos, la dejaron sin aire.

Nada te prepara para la certeza de algo que en el fondo te esperabas, pero en el que aún se mantenía brillando, terca, una llamita de esperanza. La historia se acercaba al fin; ya no podía hacerse la ciega. "Un puente no se sostiene de un solo lado", habría dicho Cortázar y, hasta entonces, solo le había parecido una frase poética.

Como una experta en abandonos, recogió sus pocas pertenencias: la luz que le iluminada el rostro cuando lo miraba, algunos poemas de Juarroz, dos copas de vino y la manta que ahora yacía, fría, frente al hogar apagado. Miró su equipaje: tan liviano, tan inútil. Y sacó de la maleta el Amor. Lo dobló despacito y lo introdujo entre las páginas de un libro que dejó sobre la mesa. A donde iba no le haría falta esa clase de sentimiento. De camino hacia la puerta se volvió, acarició con la mirada cada recuerdo y tiró del cable que apagó toda conexión.

Cerró la puerta despacio. Dejó que  la niebla le calara hasta los huesos y comenzó a caminar hacia el horizonte que no vislumbraba, sin rumbo aparente, sin destino...