Eduardo Galeano
La jornada, 10 de septiembre 
Antonio Pujía eligió, al azar, uno de los bloques de mármol de Carrara que había ido comprando a lo largo de los años.
Era una lápida. De alguna tumba vendría, vaya a saber de dónde; él no tenía la menor idea de cómo había ido a parar a su taller. 
 
Antonio acostó la lápida sobre una base de apoyo, y se puso a trabajarla. Tenía una vaga idea de lo que quería esculpir, o quizá no tenía ninguna. Empezó por borrar la inscripción: el nombre de un hombre, el año del nacimiento, el año del fin. 
 
Después, el cincel penetró el mármol. Y Antonio encontró una sorpresa, que lo estaba esperando piedra adentro: la veta tenía la forma de dos caras que se juntaban, algo así como dos perfiles pegados frente a frente. 
 
El escultor obedeció a la piedra. Y fue excavando, suavemente, hasta que cobró relieve aquel encuentro que la piedra contenía. 
 
Al día siguiente, dio por concluido su trabajo. Y entonces, cuando levantó la lápida, vio lo que antes no había visto. Al dorso, había otra inscripción: el nombre de una mujer, el año del nacimiento, el año del fin. 
Imagen de la escultura de A. Pujía tomada de: Principium Galería
Gracias por el texto Max!!! Ud. y sus hipertextos!!! :)

 
 
2 comentarios:
Amándose como ángeles se encontraron otra vez... en el marmol.
Max
Y... es que el Amor siempre encuentra
el modo, vio?
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