Por eso no lo vio venir. Por eso seguía mirando los cristales rotos con los ojos arrasados por las lágrimas y el corazón tembloroso. Y volvió a escucharse a sí misma repitiendo lo que nunca debió olvidar: la confianza es un cristal frágil e irrecuperable una vez roto, y solo debía ponerla en las manos de aquellos que ya habían demostrado con creces que sabrían sostenerla, sin dejarla caer.
Dio un paso atrás, levantó las barreras y volvió a su vida de siempre. Comprendió que a partir de cierto momento en la vida, ya no había espacio para los que no habían llegado ya.