sábado, mayo 18, 2013

Mi alma hambrienta...


Demasiado tiempo estuvo sentada a su mesa mi alma hambrienta: 
no he sido entrenado, como ellos, a cascar el conocimiento como quien casca nueces. 
Amo la libertad y el aire sobre la tierra fresca; prefiero dormir sobre pieles de buey que sobre las dignidades y las respetabilidades de los eruditos. 

Soy demasiado ardiente y estoy demasiado quemado por mis propios pensamientos: con frecuencia me dejan sin respiración. Entonces tengo que salir al aire libre,  lejos de los cuartos llenos de polvo. Ellos, en cambio, se sientan fríamente entre las sombras frías: quieren ser meros espectadores de todo y se cuidan muy bien de sentarse donde el sol queme los escalones. 

El erudito vive cómodamente en sus hipótesis inventadas, en sus conocimientos prestados, 
en su respetabilidad. No anhela experimentar la vida por sí mismo. Le gustan demasiado
la comodidad y la respetabilidad, cosas que para un buscador no significan nada. 

¿Qué puede dar la respetabilidad, el respeto de los ignorantes, de los que no saben nada? 
 Te respetan pensando que eres sabio porque puedes citar las escrituras. 
Pero la idea misma de ser respetado por los ignorantes 
va contra el orgullo de un hombre auténtico. 
Y la comodidad es una muerte lenta. 

Pronto la muerte estará golpeando tu puerta y entonces, ni la comodidad podrá salvarte, 
ni la respetabilidad será un escudo. Lo único que puede salvarte es 
tu propia realización de la verdad, tu propio conocimiento del significado de la vida. 
Pero los eruditos no tienen el coraje suficiente como para abandonar toda co­modidad, 
toda respetabilidad y declarar ante el mundo: 
"No soy un sabio, no todavía. Ahora voy a buscar, y voy a arriesgar todo 
para tener al menos un vis­lumbre de la belleza y el éxtasis de la realidad. 
He vivido demasiado de pala­bras, ahora quiero experiencia real". 

Y la experiencia real no tiene palabras. 
Es un sabor, es una nutrición, te vuelve pleno. 
La palabra "amor" no es amor. 
El amor es una profunda danza de tu corazón, 
 un regocijo de tu alma, un desbordamiento de tu vida, 
un compar­tir con aquellos que están, receptivos y dispuestos. 
Pero la palabra" amor" no tiene nada que ver con esto. 

 Así Hablo Zaratustra
De los Eruditos
Cap III

jueves, mayo 09, 2013

Y también a mi...




Y también a mí, que soy bueno con la vida,
paréceme que quienes más saben de felicidad 
son las mariposas y las burbujas de jabón, 
y todo lo que entre los hombres es de su 
misma especie... 

Friedrich Nietzsche



lunes, mayo 06, 2013

Entonces mis manos...




Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, 
acariciar lentamente la profundidad de tu pelo 
mientras nos besamos como si tuviéramos 
la boca llena de flores o de peces, 
de movimientos vivos, de fragancia oscura. 
Y si nos mordemos el dolor es dulce, 
y si nos ahogamos en un breve y terrible 
absorber simultáneo del aliento, 
esa instantánea muerte es bella. 
 Y hay una sola saliva y 
un solo sabor a fruta madura, 
y yo te siento temblar contra mí 
como una luna en el agua... 

 Julio Cortázar Rayuela , Cap Nº 7

Imagen: "El árbol de la Vida", de
Gustav Klimt


sábado, mayo 04, 2013

Recuérdalo... Recuérdate...

Ésta es una de las cartas finalistas del concurso Cartas de Amor 2013, 
que cada año realiza Mont Blanc en Venezuela...


Para cuando olvides y ya no recuerdes...

Sé que tienes miedo y que no tienes la práctica o la gracia que se requieren para escribirte una carta a ti misma, pero tienes que hacerlo, Corina, tienes que hacerlo hoy que recuerdas, hoy que es aterradoramente obvio que con el paso del tiempo incluso tu reflejo perderá familiaridad.
Es martes 27 de febrero de 2013, tu nombre es Corina y te diagnosticaron Alzheimer hace diez años. Esta es una carta a tu reflejo, un intento desesperado por evitar lo inevitable, por evitar que te borres a ti misma por completo. Cuando mires al espejo te toparás, de buenas a primeras, con unos ojos descaradamente grandes, se los debes a la familia de tu madre. Fueron, siempre, motivo de halagos a los que nunca supiste cómo responder. Encantaron a tu esposo cuando él tenía 16 años y tú 14, cuando aún no sabías bien cómo usarlos. Controlaron a tus hijos, retaron a tus superiores y lloraron de felicidad, frustración y tristeza cada vez que la vida les dio oportunidad. Tu nariz jamás te gustó, eso puedes olvidarlo. Tus labios los mordías para darles color. No eras muy entusiasta con los labiales. Besaron por primera vez a los 13 años y solían ser la parte más expresiva y menos controlable del rostro que ves, tan incontrolable como las palabras que pronunciaban. Fueron muchas, por cierto, era poco lo que dejabas de decir. No por nada te casaste con la única persona que conseguía callarte la boca. Tu cabello significó tu primer campo de batalla, una guerra que sin duda alguna él ganó. Pocas veces te has sentido tan libre como el día en que aceptaste su soberanía y entendiste que estar siempre despeinada no era malo, era divertido, y que una cabellera con personalidad propia era un misterio que te sorprendería cada mañana de tu vida. Tus orejas no te preocuparon hasta que leíste que es de las partes del cuerpo que nunca cesa de crecer. Entonces, sufriste por una Corina anciana y las orejas con las que tendría que lidiar. Supongo que eso ya no será un problema. Por algún razón contaste los lunares de tu cara un día, eran 33, un número manejable que fue creciendo hasta que contarlos se convirtió en una tarea de ocio que no pretendía obtener resultados. Como contar estrellas.
Entrar en detalles sobre tu cuerpo sería extenderme más de lo que me atrevo a esperar que seas capaz de leer. Confórmate con saber que tenías el cuerpo ideal para tu personalidad. Tu carácter no habría sabido qué hacer con más voluptuosidad o menos altura. Lo sentías como un regalo, una facilidad, un dilema menos. Te procuró admiración al igual que respeto y se mantuvo estable a través del tiempo. Todo lo que tu mente no supo hacer. Te gustaban mucho tus manos, abraza ese sentimiento, respíralo, procésalo, antes de que empieces a levantarlas a la altura de tus ojos, a rotarlas de lado a lado como hacía tu abuelo, a mirarlas con extrañeza. Al parecer esperando una razón, algo, lo que sea, que las justifique. Tal cual como un bebé, excepto que tu expresión no se traducirá en curiosidad, sino en incertidumbre y quizá, incluso, en rechazo.
Olvidarás, está claro, escrito, sellado. Los nombres, las calles, los libros. Olvidarás lo que te gustaba y lo que no, olvidarás los quienes, los grandes y los pequeños quienes. Al amor de tu vida, a tu primer gato, el olor de tu padre al abrazarte, pero nada de eso se compara siquiera con la falta de olvidarte a ti. Tú, que ya te habías perdido alguna vez entre obsesiones y melancolías; tú, que contra el mundo lograste recuperarte a ti misma; tú, que dejaste de temerle a casi todo, pero nunca a la posibilidad de perderte nuevamente; tú, estás aquí, hoy, frente al olvido, y a lo único que no me resigno es a que olvides que te amas.
Corina, lo hiciste, conseguiste ser de las pocas personas que después de ver lo más feo de sí misma, se perdonó y se amó profunda y totalmente. De todos tus éxitos, ese es el mayor.
Te amo, te amo.
Recuérdalo.
Recuérdate.

Maura Sulbarán Rivadeiro
27 febrero, 2013