Pero sucedió que el principito, habiendo atravesado arenas, rocas y nieves, descubrió finalmente un camino. Y los caminos llevan siempre a la morada de los hombres.
-¡Buenos días! -dijo.
-¡Buenos días! -dijeran las rosas.
El principito las miró. ¡Todas se parecían tanto a su flor!
-Somos las rosas -respondieron éstas.
-¡Ah! -exclamó el principito.
Y se sintió muy desgraciado. Su flor le había dicho que era la única de su especie en todo el universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de cinco mil, todas semejantes, en un solo jardín!
Si ella viese todo esto, se decía el principito, se sentiría vejada, tosería muchísimo y simularía morir para escapar al ridículo. Y yo tendría que fingirle cuidados, pues sería capaz de dejarse morir verdaderamente para humillarme a mí también...
Y luego continuó diciéndose: Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y de los cuales uno de ellos acaso esté extinguido para siempre, no hacen de mi ciertamente un príncipe muy importante... Y tendido sobre la hierba, el principito lloró.
El Principito
Antoine de Saint-Exupéry
2 comentarios:
Tu eres unic@; exactamente igual que todos. jejeje.
Me encanta el principito!!!
Yo creo que cada rosa es única y que la que nos pertenece es la mejor del mundo. Lejos de sentirse desgraciado debería estar eufórico.
Un beso.
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