El retorno de los Nómades
Lía Schenck
Reconocimiento y acercamiento a los nómades (Cont.)
Todos los nómades del planeta aman el agua de los ríos
y aman las flores
con la misma intensidad que a las tormentas.
Las aman sin esperar reciprocidades
ni correpondencias.
Se enamoran de todas las cosas que se mueven.
Andan por la vida enamorando flores y leopardos.
Cuando se enamoran entre ellos, intercambian
señales, recortes, libros, papelitos de carnaval
y plumas de pájaros.
Se aman y se besan sobre los arrecifes y entre
linos florecidos y debajo de los rastrojos
y en las partes más altas de la noche.
Se enamoran preferentemente los lunes y
los jueves o cualquier otro día en que el amor
los soprenda.
Nunca tienen miedo a los desamores porque saben
que el amor anda suelto en el aire.
Desde que aprenden a saber, los nómades saben
que nada de lo creado les es ajeno.
Ni el llanto de otro hombre en la tormenta,
ni la risa de otra mujer en las bodas,
ni los vagidos de un recién nacido.
No les son ajenos los secretos de las serpientes,
ni las soledades de los desiertos. Comprenden
los silencios de las montañas y el estremecimiento
de los volcanes. Comparten los cambios del
agua y la incertidumbre de las nubes.
No son ajenos a la osadía de los leopardos,
ni a la mansedumbre de las gacelas.
No son ajenos a nada que sueñe o se transforme.
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